sábado, 4 de diciembre de 2010

DEFENSAS 5

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La siguiente columna de opinión fue publicada en La Voz del Interior el martes 23 de noviembre y lleva las firmas de los arquitectos Horacio Gnemmi (profesor, doctor) y Pablo M. Fusco (profesor, magister) de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UNC.
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La misma versa sobre una polémica surgida por el destino del edificio de la Escuela Carbó de la ciudad de Córdoba, con esclarecedores conceptos que bien podrían extenderse para todas las obras que se desarrollan en nuestra ciudad y que involucran bienes de valor patrimonial.
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UNA ESCUELA AMENAZADA
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El patrimonio sabe bien qué y cómo es; dejémoslo entonces en paz y apliquemos nuestra imaginación en crear nuevas respuestas y soluciones. Horacio Gnemmi y Pablo M. Fusco.
La nota publicada el 4 de noviembre último bajo el título “Centro Cultural en el Carbó” nos motiva las siguientes reflexiones. Nadie debería dudar hoy de que la Escuela Carbó tiene un edificio importante, con valores arquitectónicos, urbanos e históricos que lo hacen ser parte del complejo, rico y variado conjunto que constituye nuestro patrimonio y que, por tales razones, merece una atención especial.
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¿Cómo actuar para conservarlo y asegurar así su permanencia en el tiempo? Ésa es la pregunta a formularnos en el momento de tomar decisiones. Todo debe ser hecho sobre bases ciertas, sobre conocimiento, sin prejuicios ni preconceptos.
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Poner en valor un edificio es una decisión que incluye bajo su definición varias formas de intervenir sobre él, desde las que se limitan a la tutela y el simple mantenimiento hasta las que implican fuertes acciones sobre su estructura material, tales como la restauración. Para el caso de un edificio como el que nos ocupa, puede ser puesto en valor sin siquiera tocarlo o haciéndolo de la forma más sutil posible.
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Reciclar un objeto patrimonial es una manera de actuar sobre él con el objetivo de ponerlo en condiciones para reiniciar un nuevo período de vida útil, o sea un nuevo ciclo, entendiendo que el anterior está concluido. El reciclaje no implica necesariamente el cambio de uso, ni la modificación de las estructuras existentes, ni la incorporación de nuevos elementos o partes al original.
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La idea generalizada de que todo viejo edificio de cierta antigüedad ya está obsoleto para el buen desarrollo de las funciones para las que fue destinado, así como pensar que debe convertirse en un centro cultural, evidencia, por lo remanida y ligera, una llamativa falta de imaginación. No se entiende, entre otras cosas, que el peso de la historia es una dimensión que otorga prestigio a un ámbito cualquiera y, por lo contrario, significa creer que destinarlo a la cultura termina siendo un arma de doble filo, ya que estos centros resultan ser potestad de ciertos grupos y no de todos los ciudadanos.
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El ciclo del Carbó como escuela no está concluido y ¡qué mejor centro cultural puede haber que una escuela en plena actividad! Prueba de lo antes dicho es el compromiso activo de la comunidad educativa que lo habita en relación con el aparentemente incierto destino de su sede.
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En todo caso, y mediando un estudio previo, debe concluirse que el edificio de la Escuela Carbó necesita descomprimirse de algunas actividades, adecuar algunos de sus espacios y parte de sus instalaciones a nuevas prácticas pedagógicas y formar en él a los jóvenes, para que sean los primeros en mantenerlo y conservarlo. Todo esto de ninguna manera implica la necesaria introducción de nueva arquitectura en un objeto que se concibió cerrado y “perfecto” desde su proyecto, tal como se entendía a la arquitectura en la época de su producción.
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Actuar del modo contrario significa, por un lado, desconocer la historia y, por el otro, utilizar al edificio histórico como fuente de inspiración de ejercicios proyectuales, los que resultan por lo general fallidos, ya que a partir del total desconocimiento del bien sobre el que se trabaja, terminan reduciéndolo a un triste o alegre fragmento nostálgico dentro de un conjunto de partes inconexas desde todo punto de vista.
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Restaurar una obra de arquitectura implica actuar en concreto sobre su estructura material, para devolverla a un estado que tenía antes de ser degradada o destruida. Es una acción extrema a la que se recurre cuando el nivel de deterioro del bien pone en riesgo su permanencia.
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Indudablemente, algunos elementos del edificio que nos ocupa requieren ser restaurados luego de años de escaso o nulo mantenimiento. Pero su identificación, la manera en que deben ser tratados y en qué momento pueden ser intervenidos exigen un conocimiento completo y acabado de la obra en todos sus aspectos y es ésta una tarea para nada sencilla, pero no imposible, que aun no ha sido realizada con nuestro patrimonio. Esta cuestión, de antemano, desautoriza cualquier proyecto, por mejor intencionado que sea, simplemente por estar sólo sustentado en palabras, supuestos y falsas ideas sobre cómo tratar a las preexistencias.
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Los edificios históricos que sostienen a las instituciones-escuelas de nuestro medio deben ser juiciosamente mantenidos y conservados para, desde esa tradición, y apoyados en tantos y variados testimonios, proyectarnos hacia un futuro que nadie sabe cómo será. El patrimonio sabe bien qué y cómo es; dejémoslo entonces en paz y apliquemos nuestra imaginación en crear nuevas respuestas y soluciones, sin usar a las preexistencias para demostrar nuestra “genialidad” profesional.
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